Finalmente llegamos a un campo. Había bastantes hovervilles,
habitados por familias, mujeres, hombres. Todos ellos con mucho sufrimiento proyectado en sus rostros,
y podría asegurar que había gente allí que no comía desde hacía días.
-Llegamos, niños- dije, cansada y con voluntad.Hacía lo
posible para que mi voz sonara neutral, pero era casi inevitable que en ella
apareciera un tono de tristeza. No quería que mis hijos se desanimaran, pero el
aire alrededor era sombrío, desalentador y sombrío.
Nuestra ropa estaba sucia, pero todos en ese lugar eran como
nosotros. No queríamos estar ahí y nuestro ánimo se iba cayendo poco a
poco.Todos los niños estaban desaliñados y desprolijos. En el aspecto
todos eramos similares: con bolsas debajo de los ojos,con el agotamiento era visible
casi tanto como el apetito.
Ya habíamos pasado cuatro días ahí, y las cosas no mejoraban.
Vegetales congelados era la única comida a la que acceder.
-Disculpe, señora, estoy intentando atrapar la esencia de
estos momentos,así la gente estará informada, ¿podría tomarles una fotografía?-
escuché decir a una señora, que se dirigía a mi.Supuse que la fotografía era
para ayudar. Supe de inmediato que ella no estaba sufriendo así.
-Si, claro que puede- respondí, ya convencida de que era lo mejor.
Luego de tomarnos fotografías, nos agradeció y se fue.
Esos son algunos de los recuerdos de esos tiempos. Lo único
que podría asegurar es lo traumáticode esa situación. Jamás voy a olvidar los
rostros de la gente, sufriendo.
Muy bien, Maca. Muy lindo relato.
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